El símbolo del yin y del yang representa la perfecta armonía que debería existir entre la fuerza masculina y femenina que está presente en todo el Universo. La parte de color negro simboliza la energía Yin o femenina, mientras que la parte de color blanco es la energía Yang o masculina. También podemos observar que dentro de la parte negra hay un círculo blanco, esto significa que en el corazón de la energía femenina está contenida la energía masculina y lo mismo pasa con la parte blanca, el corazón de la energía masculina contiene la energía femenina. Cada una de estas partes necesita de la otra para manifestarse, complementarse y lograr el equilibrio perfecto.
Ambas energías,
tanto la masculina como la femenina forman parte de la naturaleza de
hombres y de mujeres. El ser humano es
un ser dual que posee dos hemisferios cerebrales, un lado es masculino y el otro es femenino. La energía masculina es la
relativa al hemisferio izquierdo, controla la razón, el orden, el análisis y la lógica;
la energía femenina está vinculada al hemisferio derecho relacionado con la intuición, creatividad,
emoción. El hemisferio derecho se encarga de la parte izquierda de nuestro
cuerpo y viceversa.
La mente
racional es una
vibración ligada a lo masculino, el yang, mientras que el sentimiento es una vibración unida a lo femenino, el
yin. Más allá de nuestro sexo, todos somos
portadores de ambas energías y nuestro mayor reto consiste en lograr la
perfecta conjunción de éstas para tener éxito en la vida. Cabe considerar que una mente que niega su hemisferio derecho se
convierte en una mente separada del todo, o que es lo mismo, en una mente que no ve más allá de sí misma, siendo su manifestación más corriente la violencia
o la locura.
Por el
contrario, con una energía masculina bien orientada tendremos
el enfoque y el discernimiento necesario para poder actuar en el mundo material; ocupar un espacio y ser un “yo” con límites bien definidos. Por su parte, la energía femenina tiene
inclinación natural a
volcarse hacia la dimensión
interior de las cosas; está relacionada con los sentimientos, la inspiración, y
con trascender los límites del “yo”
para conectarse con los demás. Los polos opuestos son iguales en naturaleza,
solamente difieren en su grado de manifestación.
En el transcurso de la historia, la
unión entre lo masculino y lo femenino fue dejándose de lado, hombres y mujeres se enfrentaron perdiendo su unidad. Desde hace mucho tiempo, la energía masculina asumió el rol de oprimir, mutilar y destruir a la energía femenina, aunque no siempre fue así. En épocas anteriores a la
implantación del sistema de la
familia patriarcal, que apareció en Roma
bajo la figura del “pater familias”; existieron civilizaciones como la egipcia donde las mujeres ocupaban lugares relevantes en la sociedad.
Herodoto, historiador griego que viajó a Egipto a mediados del siglo V a. de C quedó
sorprendido al ver la libertad que tenían las mujeres egipcias. Referente a esto escribió: “Por las costumbres de los egipcios, tal parece que han invertido las prácticas comunes de la humanidad. Por ejemplo, las mujeres acuden al mercado y son empleadas
en el comercio, en tanto que los hombres permanecen en el hogar dedicados a
tejer”. Asimismo, Egipto se diferenció
de Roma, Grecia, Galia, Asia Menor y África provincial, antes y después de la
era cristiana, por su actitud con respecto al lugar que ocupaban las mujeres dentro de la cristiandad.
Clemente de Alejandría, uno de los padres de la cristiandad egipcia, escribió
alrededor del año 180 d. C, “Tanto
hombres como mujeres comparten por igual
la perfección, y son aptos para recibir
la misma instrucción y la misma
disciplina. Porque el nombre
humanidad es común tanto a hombres como
a mujeres; y, para nosotros, en Cristo no
existe masculino ni femenino”.
Por otra parte, Friedrich Engels en su obra “El origen de la familia, la
propiedad privada y el Estado” (1884), explicó las bases materiales de la opresión de la mujer: “Para asegurar la fidelidad
de la mujer y, por consiguiente,
la paternidad de los hijos, aquella es entregada sin reservas al poder
del hombre: cuando éste la mata, no hace más que ejercer su derecho”. La sexualidad femenina fue reprimida
para evitar problemas en la
sucesión de la herencia paterno-filial, establecida por el sistema patriarcal. Por otra parte, en un momento dado la mujer fue
relegada a un segundo plano pasando
a desempeñar un papel subordinado, hecho que ocurre cuando de la familia matriarcal se pasó a la patriarcal, coincidiendo también con la
modificación de las actitudes pacíficas en la sociedad y el surgimiento de conductas violentas y guerreras.
La guerra es la expresión máxima de
la violencia, la Declaración de Sevilla
realizada en 1968 dice respecto al origen de las guerras: “Afirmamos que la
biología no condena a la humanidad a
hacer la guerra, y que la humanidad se podría librar de la esclavitud y del
pesimismo biológico teniendo la confianza necesaria para realizar las tareas de
transformación que se necesitan, a pesar de que estas tareas son, principalmente de índole institucional y
colectiva, también descansan en la conciencia de los participantes individuales
para quienes el pesimismo y el optimismo son factores cruciales. Así como la
guerra se inicia primero en la mente humana también la paz se origina en
nuestra mente. La misma especie que inventó la guerra tiene capacidad para
inventar la paz. La responsabilidad está en cada uno de nosotros”.