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sábado, 12 de enero de 2013

ENERGIA FEMENINA (YIN) ENERGIA MASCULINA(YANG)

 

El símbolo del yin y del  yang representa la perfecta armonía que debería existir  entre la  fuerza   masculina  y  femenina que está presente en todo el Universo.  La parte  de color negro  simboliza la energía Yin o  femenina,   mientras que la parte de color blanco  es la energía Yang o masculina.   También podemos observar  que dentro de la parte negra hay un círculo blanco, esto significa que en el corazón de la energía femenina  está contenida  la energía masculina  y  lo  mismo  pasa con  la parte blanca,   el corazón de la energía masculina  contiene   la energía femenina. Cada una de estas partes  necesita  de la otra para  manifestarse, complementarse  y lograr el equilibrio perfecto.

Ambas energías,  tanto la  masculina como la  femenina forman parte de la naturaleza de hombres y de mujeres.  El ser humano es un ser dual que posee dos hemisferios cerebrales, un lado es  masculino y el  otro es femenino. La energía masculina es la relativa al hemisferio izquierdo, controla  la razón, el orden, el análisis y la lógica; la energía femenina está  vinculada  al hemisferio derecho  relacionado con la intuición, creatividad, emoción. El hemisferio derecho se encarga de la parte izquierda de nuestro cuerpo y viceversa.
 La mente racional es una vibración ligada a lo masculino, el yang, mientras que el sentimiento   es una vibración unida a lo femenino, el yin.    Más allá de nuestro sexo, todos somos portadores de  ambas energías  y nuestro mayor reto consiste en lograr la perfecta conjunción de éstas para tener éxito en la vida.  Cabe considerar que  una mente que niega su hemisferio derecho se convierte en una mente separada del todo, o  que es lo mismo, en  una mente que no ve más allá de sí misma,  siendo su   manifestación más corriente    la violencia  o la locura.  
  Por el contrario,  con una    energía   masculina bien orientada     tendremos   el enfoque y el discernimiento  necesario para poder  actuar en el mundo material;   ocupar  un espacio y  ser un “yo” con límites bien definidos.  Por su parte,    la energía femenina   tiene inclinación natural a volcarse  hacia la  dimensión interior de las cosas; está relacionada con los sentimientos, la inspiración, y con trascender los límites del “yo” para conectarse con los demás. Los polos opuestos son iguales en naturaleza, solamente difieren en su grado de manifestación.



 En el transcurso de la historia, la unión entre  lo masculino y lo  femenino fue dejándose de lado,   hombres y mujeres se enfrentaron  perdiendo  su unidad. Desde hace mucho tiempo,    la energía masculina asumió  el rol de oprimir, mutilar y destruir  a la energía femenina, aunque  no siempre fue así. En épocas anteriores  a la  implantación  del sistema de la familia patriarcal,  que apareció en Roma bajo la figura del “pater familias”; existieron  civilizaciones como la egipcia donde  las mujeres ocupaban  lugares relevantes en la sociedad.

 Herodoto, historiador griego que  viajó a Egipto a mediados del siglo V  a. de C   quedó sorprendido al ver   la libertad que tenían  las mujeres egipcias. Referente a esto  escribió: “Por las costumbres  de los egipcios,  tal parece que han invertido  las prácticas comunes de la  humanidad. Por ejemplo,  las mujeres acuden al mercado y son empleadas en el comercio, en tanto que los hombres permanecen en el hogar dedicados a tejer”. Asimismo,  Egipto se diferenció de Roma, Grecia, Galia, Asia Menor y África provincial, antes y después de la era cristiana,  por su  actitud con respecto  al lugar que ocupaban  las mujeres dentro de la cristiandad. Clemente de Alejandría, uno de los padres de la cristiandad egipcia, escribió alrededor del  año 180 d. C, “Tanto hombres como mujeres  comparten por igual la perfección, y son aptos para recibir  la misma instrucción y  la misma disciplina. Porque  el nombre humanidad  es común tanto a hombres como a mujeres; y, para nosotros, en Cristo no  existe masculino ni  femenino”.

 Por otra parte,  Friedrich  Engels en su obra “El origen de la familia, la propiedad privada y el Estado” (1884), explicó las bases materiales  de la opresión de la mujer:   “Para asegurar la  fidelidad  de la mujer y, por consiguiente,  la paternidad de los hijos, aquella es entregada sin reservas al poder del hombre: cuando éste la mata, no hace más que ejercer su derecho”.  La sexualidad femenina fue  reprimida    para evitar problemas en la  sucesión  de la herencia  paterno-filial, establecida por  el sistema patriarcal.  Por otra parte, en  un momento dado  la mujer fue  relegada  a un segundo plano pasando a desempeñar un papel subordinado, hecho que ocurre cuando     de la familia matriarcal se pasó  a la  patriarcal, coincidiendo también  con  la modificación de las actitudes pacíficas en  la sociedad y el surgimiento de  conductas violentas y guerreras. 

La guerra es la expresión máxima de la violencia,  la Declaración de Sevilla realizada en 1968 dice respecto al origen de las guerras: “Afirmamos que la biología no condena a la humanidad  a hacer la guerra, y que la humanidad se podría librar de la esclavitud y del pesimismo biológico teniendo la confianza necesaria para realizar las tareas de transformación que se necesitan, a pesar de que estas tareas  son, principalmente de índole institucional y colectiva, también descansan en la conciencia de los participantes individuales para quienes el pesimismo y el optimismo son factores cruciales. Así como la guerra se inicia primero en la mente humana también la paz se origina en nuestra mente. La misma especie que inventó la guerra tiene capacidad para inventar la paz. La responsabilidad está en cada uno de nosotros”.